martes, 26 de agosto de 2008

La Comunidad

¿Cómo debemos vivir en comunidad?  He visto que comúnmente, se cree que el pastor o el liderazgo de una iglesia es el que echa andar la iglesia o que hace el ministerio de la iglesia.  Si hay algo que confrontar, tiene que ser el pastor o algún líder porque nadie más se siente autorizado o nadie quiere tirar la primera piedra.  Hay casi una mentalidad de empresa donde los líderes son los jefes y azotan a la gente para hacer andar los distintos ministerios de la iglesia.  Y al lado opuesto, la gente siente que son del montón no más y que no importa lo que hagan porque total, los importantes son el pastor y los líderes.

Pero esto no llega ni cerca de lo que dice el nuevo testamento respecto de la comunidad.  Primero, no hay comunidad sin todos.  Los líderes y el pastor no son la comunidad.  Se necesitan a todos.  Segundo, el trabajo de hacer el ministerio de la iglesia cae sobre cada uno.

Efesios 4:11-12   11  Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros,  12  a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo.

El liderazgo existe solamente para capacitar al pueblo de Dios para que ellos hagan la obra de servicio.  La responsabilidad de la iglesia cae sobre cada uno.  Cada uno es importante en la economía de Dios.  Cada uno tiene la responsabilidad de vigilar sobre la unidad del cuerpo.  Cada uno tiene la responsabilidad de vigilar sobre las vidas de los demás, no para que puedan “pillar” a alguien en un pecado, sino para que nos animemos juntos a mirar a Jesús por el bien del cuerpo.  El confrontar es un acto de amor.  Estamos tan preocupados por el otro y por el cuerpo que no queremos que ellos sigan con la misma ceguera porque se están haciendo daño.  

Cada uno de nosotros tiene una ceguera.  Hay áreas en nuestras vidas que ni siquiera podemos ver y donde necesitamos a otros que nos ayuden a verlas.  Pero cuando le mostramos a alguien sus debilidades, si lo hacemos sin amor o gentileza, no entendemos que nosotros también tenemos una ceguera enorme y que necesitamos a los demás para que nos muestren lo mismo en nuestras propias vidas.

La comunidad no funciona a menos que lo veamos así.  Si estamos esperando que los líderes lo hagan porque ellos son los únicos que tienen la autoridad, el cuerpo de Cristo no va a funcionar.  Quiero decirles con la autoridad de la palabra de Dios que tienen la autoridad de enfrentar el pecado de otros en la comunidad.

Mateo 18:15-17  15 »Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano.  16  Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”.  17  Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia; y si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado.

El hermano que peca tiene que ser confrontado por su amigo primero – no por la iglesia (el pastor, el liderazgo) – tiene que ser por una persona en la banca.  Esto quiere decir que nadie se absuelve de la responsabilidad de pastorear y vigilar por los demás.  Esta es nuestra iglesia, no la iglesia del pastor.  Esta es nuestra iglesia que sigue al buen pastor, Jesús.  Es la responsabilidad de cada uno de nosotros de vigilar por ella.

Si entiendo el evangelio bien, me voy a dar cuenta que tengo los recursos para hacerlo.  El evangelio dice que soy peor de lo que pienso; que tengo ceguera por todos lados.  Esto debería darme la humildad para no ser arrogante en el proceso, como si yo no tuviera pecado.  Pero a la vez, el evangelio me dice que soy más amado de lo que aun puedo soñar.  El amor de Jesús por mí es mucho más profundo que mi pecado.  Y por lo tanto, sabiendo que soy íntimamente amado, puedo ir a hablar con mi amigo sobre su pecado, porque tengo el coraje que me da el saber que soy un desastre amado, amado, amado.

Desesperadamente nos necesitamos.  Cada uno es importante.  Y a propósito, un pastor también necesita a personas en su vida que le digan la verdad porque él también tiene mucha ceguera.

martes, 19 de agosto de 2008

La Disciplina

En mi niñez, pensé que la vida cristiana se trataba de la disciplina.  Había que disciplinarse para leer la Biblia y para orar.  Había que disciplinarse para ir a la iglesia.  Había que disciplinarse para compartir la fe.  Todo en la vida cristiana era pura disciplina.  Y como yo no era una persona muy disciplinada, siempre me sentía como un mal cristiano.  (Bueno, dejémoslo claro, no soy un buen cristiano – pero no por las razones que pensé en mi niñez).  Sin embargo, yo nunca fui un niño o joven rebelde.  Era igual al hermano mayor en la parábola del hijo pródigo.  No entendía mucho lo que era amar a mi Padre celestial, de tener una relación con él.  Lo único que pensaba era que él no estaba muy contento conmigo, porque yo no tenía muy buena disciplina.

Cuando llegué a tener unos 35 años de edad, empecé a entender el evangelio de Cristo un poco mejor – que él me amaba; que no importaba lo que hacía o no hacía, él me amaba igual.  Entonces tiré la disciplina por la ventana y empecé a descansar en mi posición delante de Dios.  Ya no era tan importante lo que hacía, sino que la razón por la que lo hacía.  Esto llegó a ser una gran excusa para vivir mi vida indisciplinada y no tener mucho tiempo en la Biblia o en la oración.

Pero algo curioso ha sucedido en estos últimos años.  En mi estudio de la palabra para los sermones, me he dado cuenta que ninguna de estas posiciones están correctas.  No es una disciplina fría – que de alguna manera si leo mi Biblia todos los días, el enemigo no me va a molestar.  Pero tampoco uno puede decir que tiene una relación con Dios si ni siquiera pasa tiempo con él.

Ahora me he dado cuenta que sí, la vida cristiana requiere una disciplina – pero una disciplina contenta.  ¿Por qué?  Porque entre más me “disciplino” a estar con el Señor, más me habla a través de su palabra.  Y si me pierdo un día, él me ama igual.  Pero me doy cuenta que si empiezo a perderme varios días, algo sucede.  Empiezo a sacar mis ojos de la meta – que es conocer a Dios más íntimamente.  Pero entre más me “disciplino” para estar con él, más me habla, más me convence el Espíritu Santo que soy su hijo, más entiendo su amor por mí, más puedo enfocar mi vida diaria en un propósito mayor para mi vida, más me doy cuenta del terrible precio que Jesús tuvo que pagar para comprar mi relación con Dios, más agradecido vivo por su gran amor, más dispuesto estoy de ver mi propio pecado y arrepentirme, y más fruto del Espíritu Santo empiezo a ver en mí.  Tengo claro que mi “disciplina” no me da ninguna de estas cosas – Él me las da.  Pero mi “disciplina” me ayuda a estar con él para que él pueda hacer estas cosas en mí.

jueves, 14 de agosto de 2008

¡Puro volado no más!

Soy puro volado.  Se me olvidó el blog esta semana y ahora no tengo tiempo para verlo.  Discúlpenme y hasta el próximo martes.  Los dejo deseándoles muchas bendiciones en Cristo.

Un gran abrazo,

Mark